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Pinta y Olivares 5. Prólogo.

  • Federico Correa Gil de Biedma
  • 15 sept
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 17 sept

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Después de la publicación de CONFESSIO, quinta entrega de la comisario Rocío Prados, a la que ya podríamos añadir en el título a su hija Patricia, comenzamos la que será también quinta entrega de los inspectores María Pinta y Diego Olivares.


El título está por decidir, de momento dos palabras, quizá las únicas y definitivas, que aparecerán en él: QUINTA QUEBRADA. Quizá se añada alguna. Quiza no. A esta altura todo es posible.


En mis novelas, como sabéis, el prólogo es una parte, en ocasiones completa, de una escena que acontecerá en la trama más adelante.


Os lo dejo a continuación.


Muchas gracias por leerme, por vuestro ánimo y apoyo constante :)




PRÓLOGO


"QUINTA QUEBRADA".


Pinta y Olivares 5



Quinta Quebrada.

Liencres, Cantabria,

septiembre de 2023.

 

 

El hombre de rostro cetrino y ojos aterrorizados corría sin mirar atrás, bueno, esa era su intención, eso era lo que el cuerpo le pedía que hiciera, pero su cabeza se giraba una y otra vez, insistente, como si no tuviera el más mínimo control sobre ella.

Tropezó. Una vez más.

Y una vez más volvió a incorporarse.

Y otra vez comenzó la loca carrera sin un destino concreto. Bastaba con alcanzar la linde de la majestuosa finca, como si el hecho de cruzar la línea que la separaba de la carretera fuera sinónimo de estar a salvo.

No, no lo era, él lo sabía.

Ni el suelo embarrado, ni la copiosa lluvia y menos aún el dolor de cadera que le acompañaba desde que apenas era un adolescente ayudaban a poner tierra de por medio.

“No puedo más...”.

Se detuvo tras un imponente roble, apoyó las manos en las rodillas al tiempo que tomaba aire como si fuera consciente de que se trataba de sus últimas bocanadas.

Lo eran.

Por su cabeza discurrían veloces imágenes de su pasado reciente junto a otras de no tan reciente pasado. Imágenes que le mostraban a él mismo, apenas unas horas antes, frente a unos papeles, a una documentación que no debió encontrar. Otras, con el hallazgo, quince años atrás, del cuerpo sin vida de su hermano en el interior de una de las cuevas de la finca.

Imágenes...

Imágenes que comenzaban a tener todo el sentido que nunca antes supo darles.

“Si sólo le hubiera escuchado con más atención”.

Niega lentamente con los labios apretados.

“Linu nunca fue un tipo juicioso ni de palabra firme”.

Pensó que con esa frase su conciencia se aliviaría, al menos en parte.

“Pero era mi hermano, yo lo traje aquí y...”.

Volvió a negar, esta vez con vehemencia, al tiempo que elevaba la vista al oscuro cielo.

La lluvia arreciaba.

Intensos truenos acompañados de impactantes rayos sacuden su cuerpo.

Asoma el rostro tras el roble.

Imposible distinguir nada.

Lleva la mirada al extremo opuesto, en dirección hacia donde intuye que está la salida.

Sólo lo intuye.

Como sólo intuye que su perseguidor o quizá perseguidores continúan tras él. Tiene que ser así, porque lo saben todo. Le había llevado años descubrirlo, no por una cuestión de escasez de células grises, sino porque no tenía ninguna razón para sospechar que lo sucedido no se ajustara a lo que decían que sucedió.

¿Por qué desconfiar?

Una mala racha se puede desencadenar en cualquier familia. Incluso en una como a la que servía desde hacía más de cuatro décadas.

“Pero esto... esto no...”.

Esta vez sí que lo oyó nítido.

Sí, a pesar del tremendo aguacero que caía sobre su cabeza. A pesar de los sonoros truenos y de los latigazos eléctricos que serpenteaban en el cielo.

Sí, a pesar de todo el despliegue de la naturaleza, los ladridos de los perros llegaban claros hasta sus oídos. Claros y cada vez más cercanos.

Le faltaba el aire. Respiraba con intensidad, lo intentaba... No había forma de llenar los pulmones.

Inspirar, expirar, inspirar, expirar cada vez más y más rápido.

Inspirar, expirar.

Más y más rápido.

Valentín miró a un lado y a otro al ritmo de su respiración. Su corazón aceleró los latidos hasta una frecuencia dolorosa. De nuevo, escrutó con su aterrorizada mirada todo lo que acertaba a ver entre resplandor y resplandor de los incansables rayos.

Los ladridos se intensificaban como si más perros se hubieran unido al coro.

Aire...

“¿Correr o trepar al árbol?”.

Absurdo dilema. Sí, también lo sabía.

Levantó la mirada con rapidez hacia la imponente copa del roble para lanzarla a lo lejos, hacia la salida con no menos rapidez.

Corrió.

Los ladridos más y más cerca.

Siguió corriendo.

Más y más cerca...



1 comentario


belcobre
18 sept

Tiene una pinta estupenda.

!! Ánimo compañero!!

Ya dan muchas ganas de leer el resto.

Tejedor de palabras: un abrazo.

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