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Fin de "La vida en un instante"

Terminé el manuscrito de la novela que tengo entre manos "La vida en un instante". Estoy con el primer repaso y quería compartir con vosotros un breve texto del capítulo 15.

Aquí os lo dejo, por si os apetece leer:



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Balma permaneció unos instantes con sus grandes ojos oscuros, que destacaban sobre su rizos castaños, fijos en Luis Miguel. Le gustaba mucho ese cura, la confianza que le generaba su presencia sólo era equiparable a la que le inspiraban Enrica y Marraco. Sin embargo, quizá fuese por las confesiones, tenía la sensación que había compartido con él inquietudes, emociones y secretos que jamás pensó fuesen a partir de su boca. Posiblemente no se había parado a discernir entre dichas confesiones, la actividad propia del sacerdocio, y sus sentimientos. Quizá por no haber reparado en ello se incorporó dejándose llevar por un impulso hasta ese momento desconocido, un impulso propio de una valentía de la que segundos antes hubiese jurado que carecía.


“¿Haré lo que yo quiera?”


Sin apartar la vista de un desconcertado Luis Miguel se acercó a su lado, tomó asiento junto a él en lo que llamaba el hueco. El lugar que antes del accidente ocupaba su pierna y que ahora le permitía adoptar una postura más cercana. Llevó sus manos al rostro del sacerdote, bajó la vista a sus labios y lentamente fue reduciendo el espacio que les separaba.

Lo besó con dulzura, como si se tratara de un objeto de porcelana que temiera romper. Lo besó con cautela, esperando el inminente rechazo en forma de empujón o de palabras hirientes. Lo besó con la valentía que le otorgaba el profundo amor que sentía por él, un amor prohibido, imposible, castigado. Cerró los ojos.

De pronto, golpes en la puerta.

Golpes con una cadencia conocida, pero apresurada que evidenciaba la ansiedad de quién se hallara al otro lado.

Un golpe, dos golpes, un golpe. De nuevo, un golpe dos golpes un golpe.

Más rápido.

Un golpe, dos golpes, un golpe


Balma, asustada, abandonó su querido hueco siguiendo las mudas indicaciones de Luis Miguel, que deslizaba el dorso de la mano por sus labios, y abrió la puerta.

Cisca detuvo un instante su impulso inicial de acceder sin pérdida de tiempo al interior de la estancia, no esperaba encontrase con nadie que no fuese el sacerdote. Su rostro desencajado, las ropas sucias, cubiertas de barro y sangre, impactaron en Balma.

—¿Qué te ha pasado, Cisca?— quiso saber echándose a un lado disponiéndose a cerrar.

Una bota de guardia civil se lo impidió.

—Dionisio…— susurró.


La turbación que recorría los labios de Luis Miguel desapareció en cuanto vio a la joven estanquera y al hermano de su novio entrando en sus aposentos. Igual que a Balma, le impactó el aspecto de la extraña pareja. El guardia con un vendaje que asomaba bajo el tricornio, un ojo hinchado, a medio cerrar, sangre seca en el rostro y el uniforme. Cisca no sangraba, al menos aparentemente.

—Sentaos. Si os queréis lavar un poco…—señaló un aparador con una jofaina sobre la encimera.



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