"La vida en un instante" se acerca el final
Cerca de las 300 páginas de mi última novela "La vida en un instante" siento que el final no anda lejos. No deja de ser una sensación, dependerá de lo que los personajes tengan a bien contarme. En el inicio del nuevo capítulo ha aparecido uno, que sin ser nuevo, sí que parece que va a tomar un protagonismo del que carecía en el año 2015. La novela está ambientada en la estación de Canfranc (Huesca) durante los años 1942 y 1943 en plena Segunda Guerra Mundial. Unos capítulos nos narran lo que sucedió allí, parte relatos reales, parte ficción. Otros los recuerdos de aquellos días, de Cisca, de 90 años, narrados a su familia en el 2015.
Os dejo el último capítulo, uno de esos recuerdos:
23
Junio de 2015
—¿Qué pasó con el oro? ¿Os descubrieron?— Almudena estaba convencida que la historia de los lingotes no podía haber tenido un final feliz.
—A nosotros, no— la abuela Cisca esbozó una sonrisa melancólica— con el paso de las semanas comenzó a correr un rumor por el pueblo. Por lo visto habían atracado uno de los camiones camino de Portugal.
—El cura tenía razón.
—Sí, Luis Miguel era un chico muy listo.
—¿En qué piensas, abuela? parece que no estás aquí.
—Verás, Malena. Resulta que dos días más tarde de ese fin de año, vuestro abuelo me dijo que lo mejor para todos sería que pidiera otro destino, que si nos veíamos más podríamos cometer un error— los ojos de Cisca se cubrieron de un fino velo acuoso— qué días llevo, otra vez se me ha debido de meter algo en el ojo, cachis.
Cisca deslizó el borde de un pañuelo por ambos ojos, tomándose todo el tiempo posible para recuperarse.
—¿Tardó mucho en irse?
—A finales de enero le destinaron a Málaga. Fue un golpe muy duro, pero llevaba razón— se quitó las gafas nasales, mientras las limpiaba sin reparar en ellas, añadió: — cuando quedé con él en el caño ya nos arriesgamos bastante. Cuando estás enamorada, querida Almu, el corazón te empuja a actuar de maneras que la razón no quiere. Puede que durante un tiempo consigas que la razón se imponga, pero los dos sabíamos que si continuábamos viviendo en Canfranc algún día el corazón tomaría el mando de nuestras emociones y ese día estaríamos perdidos.
—No sé mi enamoraré algún día así como dices tú, pero si lo hago espero que el corazón pueda mandar en nosotros.
—Sí, eso sería lo mejor, Almu, verás como te ocurre de esa manera, pero ahora no pienses en eso, eres muy joven.
Almudena cruzó los brazos sobre el pecho.
—Pero abuela, si has dicho que cuando tú y el abuelo os hicisteis novios tenías diecisiete años, yo ya cumplí los dieciséis.
El rostro de Cisca dibujó una tierna sonrisa.
—Lo sé, cielo. Lo que quería decir es que estás en la edad para disfrutar de la vida, de tus amigos, de tus estudios, de la familia, y no preocuparte por los mandatos del corazón.
—No sé si te entiendo ¿entonces, me puedo enamorar o no?
—¿Sabes una cosa? Es muy difícil que si te enamoras de un chico a tu edad, estés el resto de tu vida con él. No tengas prisa, sin prisas las cosas se ven de otra manera. Sin prisas todo llega más rápido.
—¿Sin prisas llega todo más rápido, pero…?
El sonido del telefonillo como una vieja carraca, atrajo su atención.
—¡Qué raro!— dijo Malena camino de la cocina.
Cinco minutos más tarde, el timbre de la puerta emitió su familiar sonido acampanado. Las voces excitadas de varias mujeres llegaron hasta el salón.
—Estas chicas no tienen remedio. Cuando seas muy mayor— fijó sus sonrientes ojos en Almu— no te hagas amiga de jovencitas.
—Abuela si…
—Ya sé lo que vas a decir, pero la mayor de las que están interrogando a tu madre ahora mismo no tiene ni ochenta y tres años.
—Una jovencita.
—¿Ves? Eso te decía.
La puerta del salón se abrió dando paso a las tres amigas de Cisca con las que mantenía una relación casi diaria.
—Pero Cisca, no nos has devuelto las llamadas— señaló Tomasa, alta y delgada como un junco.
—No la regañes, ha sido cosa mía.
—Siendo así está bien, Malena. ¿Cómo estás? Nosotras sin saber de ti, si no llega a ser por ella no sabríamos nada.
—Bien, sólo fue un desmayo sin importancia.
—¿Sin importancia? Qué cosas tienes.
—¿Y Lolo?— Almu preguntaba por uno de los dos hombres del grupo, su preferido.
La más bajita y regordeta tomó la palabra.
—Carmen nos ha dicho que ha tenido que salir de viaje unos días. ¿Te encuentras ya bien? La partidita semanal te necesita, Cisca.
—Pero, Berta, déjala que se recupere.
—Quizá una manita, me vendría bien— apuntó Cisca.
Malena se puso firme delante su abuela.
—Ni manita, ni nada, vas a hacerme caso o se lo digo al médico.
—Lo siento, chicas, no puede ser.
Claudia cogió la mano de Cisca entre las suyas.
—Claro que no puede ser, sólo hemos venido a ver cómo estabas y darte dos besos— soltó su mano y besó los mofletes de su amiga— se te echaba de menos. En cuanto puedas tenemos que ir a la pelu, estoy esperando a que me acompañes. Ellas ya han ido, como puedes ver. No podían venir a verte sin pasar antes por la peluquería ¿te lo puedes creer?
—Es que son muy coquetas.
Hablaron durante unos pocos minutos más. Quedaron en regresar en un par de días. Cuando se marcharon el salón quedó envuelto en un sonoro silencio. La ansiedad que embargaba a las tres amigas les había empujado a hablar a la vez, alzando el tono de sus voces para hacerse escuchar.
—Que tranquilidad ¿eh?— Cisca elevó el apoyo de las piernas en el sofá y cerró los ojos.
—Sí, pero se les nota que te quieren.
—Yo a ellas también. Son muy buenas chicas…
Malena y Almu salieron del salón. La abuela necesitaba descansar unos minutos, la visita de sus amigas, o quizá la propia ansiedad que desprendían, la cansaron más de lo que hubiesen esperado.
Le había hecho mucha ilusión verlas otra vez, aunque no podía negar que echaba de menos a los dos chicos del grupo.
“Lolo de viaje. Ojalá se trate de un viaje muy corto”
Los párpados se empeñaban en cerrarse, dejó de luchar.
—Sólo unos minutitos…
Se dejó llevar…
Por sus recuerdos, por las preguntas que le hacía su querida familia a las que no siempre respondía con total sinceridad. No quería adelantar unos acontecimientos que habían tenido lugar demasiado tiempo atrás. Si quería que lo entendieran de la mejor manera posible debería actuar como lo estaba haciendo, serían sólo unas horas más, a lo sumo, unos días.
“¿En qué piensas, abuela?”
La inocente pregunta de Almu le había golpeado en su memoria con una brusquedad que hasta a ella misma le sorprendió. La llegada de sus jóvenes amigas le permitió disimular su creciente zozobra, su marcha implicaba tomarse unos minutos a solas.
Sí, recordaba como si fuera ayer aquel último día del año 1943. Su actuación al piano tras la cena tuvo un éxito extraordinario, exagerado a su juicio. Como también lo obtuvo su hermana que encandiló a los presentes con su armoniosa voz. No olvida los incómodos momentos de tremendo apuro que le hizo pasar el capitán Wagner con su empeño en coger su mano mientras miraban las actuaciones en el comedor. Ni el ridículo de Hans Blumer con su tremenda borrachera secundado por la mujer que le acompañaba a quienes tuvieron que escoltar a sus habitaciones unas horas después de los últimos fuegos artificiales. El mayor Schrader supo permanecer en su lugar, charlando con todo el mundo y atendiendo a Enrica sin olvidar en ningún momento cuál era el sitio que correspondía a cada uno.
Sí, todo eso y más lo evocaba Cisca con meridiana claridad, sin embargo, lo que golpeó en su memoria hasta dejarla aturdida fue el recuerdo de la dolorosa conversación que mantuvo con Manu, a primeros del año 43, en las dependencias del padre Luis Miguel en la iglesia. Eran incontables las veces que había revivido ese momento en las últimas seis décadas. Su idea de que los hermanos gemelos intercambiaran sus papeles se mostraba ante su futuro con toda crueldad.
—Tengo que decirte algo, Cisca— Manuel cogió sus manos. Los ojos, a ratos en el suelo, a ratos buscando los de ella y de nuevo fijos en el suelo. Le suponía un tremendo esfuerzo mantener su mirada.
—¿Qué ha pasado, cielo? Me asustas.
—¿Eh? No, no ha pasado nada. Todo está bien— de nuevo agachó la cabeza.
—¿Entonces?
—Verás…Sabes que eres lo más importante que me ha pasado en la vida ¿verdad? Que te quiero, aunque no sepa cómo explicar lo que siento. Es como una angustia aquí en el pecho, pero no duele, al revés. Es… echarte de menos cada instante del día— busca de nuevo los ojos de ella que sonreían envueltos en una pátina acuosa— pero si cuando nos vemos y llega el momento de despedirnos ya te echo de menos y te acabas de ir. ¿Qué tontería, verdad?
—No, no lo es. Sé que me vas a decir algo que no quieres pero lo vas a hacer ¿a que sí?— llevó las manos al rostro de Manu.
El guardia asintió muy a su pesar.
—Me vas a dejar…
Manuel se abrazó a su novia con todas sus fuerzas.
—Quizá fuera lo mejor para los dos— susurró en su oído— pero no tengo valor para hacerlo. Sabes que si nos seguimos viendo aquí algún día cometeremos un error y…
—Lo sé.
—He pensado pedir el traslado— balbuceó aún abrazado.
Cisca no dijo nada, no hacía falta, el rítmico movimiento de sus hombros y los suaves gemidos que partían de su boca hablaban por ella.
—Perdona, lo siento…— dijo sorbiendo la nariz— llevas razón, cielo. He pensando muchas veces que llegaría un día como el de hoy, no creas— sacó un pañuelo y se sonó la nariz— pero vivirlo de verdad, como ahora es…es…
Manu la volvió a abrazar.
—…es mucho más duro. Mucho…
—Nunca dejaré de quererte, nunca, sé que te amaré siempre, pero si encuentras otro hombre que…
Cisca se separó, su rostro serio, un dedo sobre los labios de él.
—Eso no lo digas ni en broma ¿has entendido?
—Pero si sólo lo decía por…
—Sin peros.
Permanecieron abrazados en silencio, a veces roto por suaves gemidos, otras por mal disimulados lamentos y suspiros. Temían separarse como si pensaran que al hacerlo terminaría el último abrazo.
—¿Cuándo te irás?
—No lo sé, como mucho en un mes.
Cisca abrió los ojos, el salón se hallaba en una agradable penumbra. Sonrió a sus recuerdos, a aquel instante tantas veces revivido. Almudena estaba sentada en el sofá trasteando con el móvil.
—Abu, ¿has descansado?
—Han sido unos minutitos.
—¿Unos minutitos? Pero si vamos a comer ya, has estado dos horas dormida.
—¿Sí? Vaya…
“La culpa es tuya, Manu…”
—Nos tienes que contar qué pasó con los lingotes.
—Sí…
Pero su recuerdo seguía con Manuel.