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No olvidaré tu rostro. Paso por las 100 primeras páginas

  • comillas61
  • 7 mar 2018
  • 9 Min. de lectura

Como ya he comentado en alguna ocasión, me genera una cierta dosis de energía el paso por las primeras 100 páginas, que se verá recargado por el de las primeras 200...


Os dejo un capítulo de "No olvidaré tu rostro...Ni el tuyo...ni el tuyo" por si os apetece leer:


5

El suave pero constante repiquetear de la lluvia sobre el cristal mantenía despierta a la pequeña Cris. No es que fuera un sonido extraño para ella, a sus once años estaba acostumbrada a esas noches de lluvia en Cantabria. Se trataba de un sonido familiar que le traía a su memoria el recuerdo de uno de los escasos breves momentos felices disfrutado en su corta vida.

—¿Por qué siempre llueve?— quiso saber con la mirada en el oscuro cielo.

La mujer deslizó la mano por la cabeza de Cris y dejó un beso con ternura en el alborotado pelo.

—¿No te gusta que esté todo verde?

—Sí, me gusta mucho— miró a su derecha sonriente, buscando a… Hubiese jurado que había alguien a su lado.

—¿Sabes por qué esta verde?

La niña negó vehemente con la cabeza. Con los labios apretados llevó la mirada a la mujer mayor.

—No.

—Pues porque llueve. ¿Lo entiendes?

—Bueno…

—La lluvia da de beber a todos los árboles, al campo, a los animales y por eso está todo tan bonito.

—Ahora sí, ya lo entiendo— apuntó satisfecha mirando de nuevo al cielo.

Cris sonríe al techo de la habitación donde se proyectan sus recuerdos y se reflejan los tenues rayos de una vieja farola junto a la ventana. A su alrededor una sinfonía de suspiros, sollozos y cambios constantes de postura de las veinte niñas que compartían con ella la estancia. Ella acababa de llegar al Centro de Socorro Juvenil La Esperanza. Era su primera noche y ya podía oler y sentir el miedo de sus nuevas compañeras.

Las gotas sobre el cristal le ayudaban a evadirse.

Los sollozos le recordaban el lugar en el que se encontraba.

De repente se hizo el silencio en la habitación, nadie gemía, nadie sollozaba y se podría asegurar que nadie respiraba. Del otro lado de la puerta llegaba hasta sus oídos el suave crujir del suelo de madera del pasillo, tan suave que tuvo que esforzarse para escucharlo. Sorprendida por el repentino silencio se incorporó con los codos apoyados en la cama.

—Oye… túmbate si no quieres que se te lleve…

Cris ladeó el rostro mientras miraba a la niña que se había dirigido a ella.

—¿Qué…?

El clac del resbalón de la puerta al caer fue como si una enorme mano empujase del pecho a Cris obligándola a tumbarse. El tenue chirrido de las bisagras al ceder al empuje tensó los músculos de las internas. Como por arte de magia apareció una pequeña figura vestida de blanco que corrió entre las camas hasta subirse en la última.

La puerta que apenas se había abierto, volvió a cerrarse.

Ahora sí que llegaban nítidos los lloros de la niña que acababa de llegar. Tumbada de lado Cris miraba a la chica que le había advertido minutos antes.

—¿Qué pasa?— susurró.

—No hables, si no quieres que se te lleve— repitió— lo sabe todo, y lo ve todo.

Cris apretó los ojos con fuerza. Sintió como dos lágrimas resbalaban por su rostro. Apenas le podía poner cara a la mujer mayor, quizá no fuese tan mayor y a ella se lo parecía. Le recordaba un poco a doña Herminia a la había conocida esa misma tarde. Asintió, sí, entonces era mayor.


Desde aquel día hablando de la lluvia había pasado mucho tiempo, toda una vida para una niña tan pequeña. Tiempo y varios orfanatos, dos centros de internamiento y alguna casa de acogida. De la última se escapó unos pocos días atrás. El hombre que se empeñaba en que le llamase papá quería que jugara a unos juegos muy raros que a ella no le gustaban nada. La mamá de las dos niñas se iba cuando jugaban. Cris las oía llorar cuando volvían a la habitación y temblaba de miedo cuando el señor se acercaba a su cama y le susurraba en el oído:

—Tranquila, dentro de poco jugaras tú también. ¿Te apetece? Pero antes tienes que cumplir trece años. ¿Tienes doce, no?

Cris negó.

—No… tengo once— mintió entre balbuceos.

—¡No me mientas, niña estúpida!— escupió cada sílaba a escasos centímetros de su cara mientras la zarandeaba y propinaba dos bofetones.

Su cumpleaños era en una semana.

Logró escaparse un día antes y con sus escasas pertenencias pegadas al pecho correr todo lo que pudo hasta que una enorme mano la detuvo. Lo siguiente que sus dolorosos recuerdos le permiten recordar es el momento en el que abre los ojos tumbada sobre la cama de un hospital. Todo el mundo le preguntaba por su nombre, un señor la había encontrado inconsciente junto a las vías del tren. No iba a decir nada, porque si hablaba volverían a llevarla con sus últimos papás y no pensaba obedecer.

Por lo menos su cumpleaños ya había pasado y ella se encontraba bien. Los siguientes tres días continuó en silencio hasta que llegaron de los Servicios Sociales y le hicieron una nueva ficha.

—¿Cómo te llamas?

—Cris— dijo como podía haber respondido Ana o Elena. Cualquier nombre menos por el que le conocían en la última casa, Manuela.



A la mañana siguiente se hallaban desayunando cuando entró en el comedor una de las profesoras que ejercía todo tipo de funciones, desde la propia enseñanza, hasta la entrega a los nuevos padres de acogida, pasando por el control del orden y disciplina entre los chicos y chicas de La Esperanza. La profesora se dirigió a uno de los niños que estaban sentados en una mesa al lado de Cris.

—Llegó el momento, Jesús.

—No, no quiero, señorita.

La mujer estiró el brazo ofreciendo su mano al niño.

—Vámonos, ya lo hemos hablado. ¿No querías jugar al fútbol?— ante su movimiento de cabeza afirmando, continuó: —pues podrás hacerlo con tu nueva familia, el padre ya sabes que es entrenador.

Cris no perdía detalle del rostro compungido del chico. Durante unos instantes cruzaron sus miradas.

—Suerte…— movió los labios sin emitir sonido en dirección al asustado chico.

Como respuesta recibió un intento de sonrisa.

Cuando la profesora y el niño abandonaron el comedor volvieron los interminables cuchicheos, rotos por la burla de uno de los chicos mayores imitando la escena que acababa de terminar y las risas de sus compañeros.

—¿Quieres ir al sótano?— quiso saber uno de los guardias de día— desayuna en silencio y no me cabrees ¿has entendido?

El joven que frisaría los catorce años miró al vigilante fijamente.

—¡¿Que si has entendido?! ¿O es que aparte de sordo resulta que eres más tonto de lo que pareces?— exclamó mientras le daba un sonoro capón.

—Joder, que duele— dijo rascándose la cabeza.

Minutos más tarde abandonaban el comedor. Desde la puerta, Cris pudo ver a Jesús con la mirada en la punta de sus desgastados zapatos mientras escuchaba a una mujer arrodillada a su lado. El niño asentía. La mujer le cogió de la mano, salieron al exterior acompañados por el marido de la señora y una sonriente doña Herminia.

—¡A clase!— gritó una de la profesoras mientras daba dos secas palmadas— vamos, vamos que no tenemos toda la mañana.

Cris siguió a su nueva amiga, la chica que le había hablado la noche anterior y que respondía al nombre de Susa. Antes de abandonar el vestíbulo miró por la ventana, llegó a tiempo de ver al chico entrando en un coche grande limpio y brillante. A doña Herminia agitando la mano a modo de saludo.

—¿Quieres que vengan unos papás a buscarte?— preguntó entre murmullos Susa.

Cris negó lentamente.

—No, me da miedo. No me gustan esos papás.

—A mi me da miedo estar aquí. A veces desaparecen chicos y chicas— dijo con la mano tapándose la boca.

Cris abrió los ojos exageradamente.

—¿Desaparecen?

Susa asintió con fuerza.

—Venga, chicas, menos hablar y entrad en clase.

—Sí, señorita.

—Tú debes ser la nueva ¿verdad?

Cris elevó los hombros.

—Vaya, otra que no sabe hablar ¿Tienes nombre al menos?

—Me llamo Cris.

—Muy bien, Cris, yo soy la señorita Hortensia y lo primero que debes saber es que se obedece a todo lo que yo diga sin rechistar y sin hacer preguntas estúpidas. ¿Lo entiendes?

—Sí.

Lo entendía perfectamente, no pensaba abrir la boca a no ser que se lo pidieran, y menos aún se le pasaba por la cabeza hacer ninguna pregunta.

“¿Por qué será todo tan difícil?”

Mientras la profesora hablaba, dejó que su imaginación regresara a la mujer que le había explicado lo buena que era la lluvia.

“¿Abuela?”

No le quedaban recuerdos de otra vida que no fuera ir de familia en familia o de centro en centro y ya estaba harta.

De repente se abrió la puerta de clase.

Doña Herminia llamó a Julita Torres.

Las internas se miraban unas a otras buscando a la chica.

—¡Julita Torres!

La directora parecía muy enfadada. Doña Hortensia comenzó a caminar entre los pupitres buscando a Julita.

No estaba.

—¿Alguna de vosotras ha visto a vuestra compañera en el desayuno?

Si alguna la vio no dijo nada.

—¡¿Ninguna?!

Doña Herminia abandonó la clase dando un sonoro portazo.

—¿Ves? te dije que desaparecían— Susa murmuraba al oído de Cris.

—Como me entere que alguna de vosotras ha visto a Julita y no dice nada pasara un mes en el sótano ¿queda claro?

A Cris comenzaban a caerle muy mal la señorita Hortensia y la directora. Por su cabeza se formaba la idea de escaparse, pero no saber a dónde ir impedía que la tomara en serio.

La puerta de la clase volvió a abrirse y el desencajado rostro de la directora asomó bajo el quicio. Con un rápido gesto pidió a la profesa que saliera un momento. En cuanto puso el pie en el pasillo comenzaron los murmullos.

—Tú eres la nueva ¿verdad?— quiso saber una chica algo mayor que Cris, más alta y grande. Llevaba las manos en jarras, parecía que masticaba chicle.

—Vine ayer.

—Entonces eres la nueva. Y por lo que veo eres tonta.

—Déjala en paz— pidió Susa con voz temblorosa. Nadie se atrevía a meterse con Tomasa, ya había pegado a muchas de ellas.

—Así que ya tienes amiguitas — exclamó volviéndose hacia Susa— ¿Quieres que te vuelva a partir la cara? ¿Eh?— dijo echando el brazo hacia atrás, amenazante.

—¿Qué es lo que quieres?

Tomasa se giró sorprendida.

—¿Que, qué quiero? No me gustan las nuevas, odio a las nuevas— acercó su rostro al de Cris— siempre traéis problemas.

—A mí qué me importa.

Una respuesta cómo esta era lo que menos podía esperar. El murmullo general dejó paso a exclamaciones y silbidos. Del fondo de la clase, junto a la mesa de Tomasa, se escucharon las primeras voces.

—¿A qué esperas? dale un puñetazo a esa estúpida.

Cris sentía como se tensaban sus músculos. Estaba más que harta de que la gente se metiera con ella. Sí, tenía miedo, mucho, pero no iba a dar un paso atrás.

Tomasa cerró el puño y recogió el brazo sobre la cadera.

Cris lo vio venir, recogió el suyo con inusitada velocidad y estrelló la palma de la mano en el sorprendido rostro de su compañera. Con la otra repitió la misma operación. Los dos tortazos resonaron en toda la clase.

Se hizo el silencio.

Susa llevó la mano a la boca ahogando una exclamación. Tomasa salió despedida para atrás dando con la cabeza en un pupitre y a continuación con sus huesos en el suelo.

—Siéntate que ya viene— Susa tiraba de la manga de la blusa de Cris— siéntate.

La señorita Hortensia entró en la clase. Barrió con la mirada a sus alumnas, algo había ocurrido en su ausencia.

—¿Qué haces en el suelo, Tomasa?

—Me he caído.

—Si no te hubieses levantado de tu mesa nada habría sucedido. Hoy os quedaréis sin cenar.

—No se ha caído, señorita, la nueva la ha pegado— apuntó una de las amigas de la agredida.

La señorita Hortensia recorrió los escasos metros que la separaban de Cris, dejó caer sus enormes manos sobre el pupitre y clavó su fría mirada en la niña que la miraba sin mostrar miedo alguno.

—Vaya, vaya, así que tenemos una busca problemas.

—Empezó ella— Susa intervino sin mucha convicción.

—¿Estoy hablando contigo?

—No, señorita.

—Al terminar la clase os quiero en mi despacho. A las dos— señaló a Tomasa que regresaba a su sitio y a Cris.

Ese día iba a suponer un punto de inflexión de la vida Cris. Era consciente que se había ganado una enemiga, pero también el respeto de muchas otras. Se había terminado el mostrarse sumisa.

El Verdugo comenzaba a escribir su propia historia.


Julita Torres apareció cuatro días después, sucia y aterrorizada por lo que las opciones que la vida le ofrecía; regresar a la familia de la que se había escapado o permanecer en La Esperanza sufriendo los abusos de dos de los vigilantes y una de las profesoras de gimnasia. Se había escondido en una construcción aneja al edifico principal del Centro de Socorro Juvenil acondicionado para servir de almacén, de lugar para guardar los aperos de labranza y de lavandería. Supuso, con razón, que no la buscarían ahí. Desde el lugar donde se encontraba, subiendo las escaleras laterales podía vigilar quien entraba y salí sin ser vista.

Tampoco le faltaba algo de comida, pan, embutido, galletas. Todo iba bien hasta que una mañana la sorprendieron dormida junto a los rastrillos.

—¿Qué haces aquí?—quiso saber el jardinero.

Julita abrió los ojos todo lo que daban de sí. La endeble seguridad en la que había vivido los últimos días saltó por los aires. Los ojos vivos del hombre del mono verde clavados en ella terminaron de despertarla por completo.

—¿Eres Julita?

—Sí.

—Llevan días buscándote. ¿Por qué te escondes?

—No quiero ir con nuevos papás… ni quedarme aquí.

El jardinero se rascó la cabeza bajo al gorra del mismo color que el mono.

—En eso no te puedo ayudar— puso rodilla en tierra— sé que hay familias que son buenas.

Julita no sabía si llorar o salir corriendo.

Diez minutos más tarde escuchaba la retahíla de insultos y amenazas de doña Herminia mientras tiraba de su brazo rumbo al despacho de la directora.

Tres días después, Julita Torres fue entregada en adopción a una familia de Valladolid.

Al menos, eso dijeron a sus compañeros.


 
 
 

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