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La Justicia de las Flores (Rocío Prados 4) Recuerdo...


Los personajes me van llevando hacia el final de la historia. Desconozco cuánto tiempo me queda para averiguar el desenlace, pero de lo que sí estoy seguro es de que hemos pasado el ecuador con holgura.


A medida que he ido avanzando, han aparecido nuevos personajes. Unos, fruto de mi imaginación, otros, reales. Ambos interactúan entre sí para dar consistencia a la investigación de la comisario Prados y su equipo. Nuevos enclaves dignos de merecer una visita, ya en el mundo real.


Confieso que en la mayoría de mis anteriores novelas conocía desde el principio la identidad del "malo" o de los "malos", en esta ocasión, partía de una idea, no muy clara, de un nombre, que el paso de la trama fue difuminando. Me gusta otorgar rienda suelta a lo que los personajes tengan a bien proponer y dejadlos libertad de acción.

Hace unos minutos me han chivado la identidad del "malo". Nada como soltar las riendas.


Os iré informando. Gracias por vuestro constante apoyo e interés :)


Os dejo otro capítulo cortito por si os apetece leerlo. Es una introducción con tres de los pequeños protagonistas.

Vamos con los recuerdos de uno de ellos...




CAPÍTULO 6


Torrelavega (Cantabria) 1964



Recuerdo…:

Nuestra madre nos culpaba una tarde sí, la otra también, y la siguiente, de ser los culpables de la fuga de mi padre. Sí, fuga, no se marchó sin más después de una bronca dando un portazo. No, lo hizo mientras estábamos en el cole y mi madre en la compra. Dejó una nota, que yo diría que fue la que tiene la culpa de todo, porque se debió caer de la mesa del salón y fue a parar debajo del sofá.

Y aquí nuestra culpa.

Después de que mi padre llevara cinco días sin dar señales de vida y mi madre regresara de la comisaría, una vez más, tuve la más mala suerte del mundo: encontré la nota. Digo mala suerte porque cuando se la enseñé a mi madre y después de leerla varias veces, aunque sólo escribió cinco palabras, me arreó un bofetón que casi me como la estantería. Como prueba dejé un diente en una balda.

—Si hubieras limpiado como te he dicho mil veces…. —parecía que masticaba las palabras antes de escupirlas— ¡Hubiéramos encontrado la maldita nota antes!

Yo, ya estaba prevenido.

Para el siguiente bofetón que me lanzó me agaché y fue ella la que se cayó, pero tuvo suerte y lo hizo encima del sofá.

“Me voy, no aguanto más”

No sé qué habría cambiado si hubiese encontrado la nota el día que se fue mi padre. Mis hermanas tampoco lo sabían. De lo único que estábamos los tres seguros es que nuestra vida se podía complicar aún más.

La frase favorita de mi madre desde ese momento fue: la culpa es vuestra, quién me manda meterme a parir niños con lo bien que estábamos, con lo que nos queríamos vuestro padre y yo.

Al fugarse mi padre se llevó todo con él. Cuando digo todo, quiero decir eso, todo, todo y todo. Parecía que nos habíamos quedado huérfanos, que ya no había nada que hacer, para qué estudiar, y no digamos pensar en vacaciones. Algún verano fuimos a la playa, aunque apenas guardo recuerdos.

Lo que aprendimos es que las cosas cuando van mal pueden ir a peor a poco que la vida se esfuerce.


Un día vinieron a nuestra casa dos señores y una mujer. Al volver del cole vimos a una señora que era más grande que mis hermanas y yo juntos con los brazos separados. Llevaba un moño muy grande y estaba con dos señores serios.

Muy serios.

Mi madre… bueno, ella estaba sentada y a ratos reía y a ratos lloraba.

—Llévenselos, si es lo que quieren. A mí me hacen un favor —la mirada en el interior del vaso.

“¿Llévenselos?”

Viola, Vera y yo nos miramos. Vi miedo en sus ojos, imagino que el mismo miedo que verían en los míos. Quería protegerlas, pero no sabía de qué, ni cómo, de lo único que estaba seguro es de que algo pasaba, y no era nada bueno.

—¿A dónde nos van a llevar? —preguntó mi hermana Viola mirando a la señora enorme. Luego miró a mi madre— ¿Mamá?

Vera salió corriendo del salón, fui tras ella. La encontré en su habitación, estaba muy asustada. No, no puedo verlas así, quiero que rían, que salten, que corran.

Llegó Viola.

—No me quiero ir con esa señora.

—Ni, yo —convino Vera.

Pues no me quedaba otra que hacer lo que pudiera por ellas. No, no nos íbamos a ir con nadie, y si nos obligaban, lucharíamos.

Eso hicimos.

Al regresar al salón le metí una patada en la pierna a uno de los hombres serios mientras mis hermanas escapaban. Al ver que el otro salía detrás de ellas le puse la zancadilla. Lo siguiente que recuerdo es que me elevo en el aire y me estrello contra la pared.

Después, nada. Todo negro.

Al despertar me enteré de que había recibido otro bofetón de mi madre sin que lo viera venir.

En un minuto habíamos dado una lección de lo que éramos capaces y de cómo se las gastaba mamá con nosotros. Por lo visto, la mujer enorme y los señores eran de los Servicios Sociales o algo así, y debían ser importantes porque nos obligaron a ir con ellos.

¿Mi madre? Pues llorando, bebiendo y riendo según le diera.

Mi padre se fugó de casa y todo cambió.

A peor.

Mi madre renegaba de sus hijos y todo cambió.

Sí, a peor.

Por muy mal que estuviéramos en casa, en el orfanato había tortas todos los días y de todos los colores. La buena noticia es que mis hermanas y yo estábamos cerca. Las seguía visitando casi cada día. Las chicas de su orfanato decían que yo era el novio de Viola o de Vera. Ellas se reían y decían que no, que era su hermano, pero como no nos parecíamos mucho no se lo creían. Pensaban que lo decían para que pudiéramos estar juntos.

Parecía que al menos habíamos tocado fondo.

Sí, lo parecía.



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